El despacho del doctor Aguirre era sobrio, funcional, con la luz justa para no deslumbrar pero tampoco inducir a la melancolía. Edurne se sentó en el borde de la butaca de cuero, rígida, como si esperara una sentencia en lugar de una conversación. Sus hijos, con la mejor de las intenciones, habían concertado aquella cita. …