Me llamo Alberto Nogueira, soy periodista de profesión y me dedico a elaborar reportajes gastronómicos y enológicos para diversos diarios y revistas nacionales, sin dejar de lado temas de actualidad. El caso más inusual que me ha tocado atender en mi carrera está relacionado con la localidad manchega de Argamasilla de Alba en la provincia de Ciudad Real.
En 1994, juntos con dos compañeros con los que solía colaborar, decidimos realizar un reportaje sobre las bodegas abandonadas que se encontraban en varios pueblos de La Mancha. Visitamos muchas de estas, sobre todo en Valdepeñas y Tomelloso, hasta que un pariente de uno de mis compañeros nos habló sobre una que se encontraba debajo de una de sus propiedades en Argamasilla del Alba, la cual utilizaba para temporadas vacacionales. Nos mencionó la peculiaridad de que se escuchaban ruidos extraños en ella. Incluso nos contó que Fernando Jiménez del Oso, un psiquiatra y periodista español especializado en temas de misterio y parapsicología, había estado allí con su equipo realizando diferentes pruebas extrasensoriales, como sesiones de psicofonía, en las cuales se distinguían claramente voces de personas en las grabaciones.
Aquello atrajo nuestra atención, por lo que pensamos que no perdíamos nada por echar un vistazo.
Al ingresar, nos encontramos con un pasillo que conducía a diferentes salas donde se almacenaban botellas, depósitos, cubas de vino y otros objetos típicos de la bodega, cubiertos de telarañas. Aquel lugar era inmenso, después de explorar cerca de diez espacios y comprobar que llevaban años abandonados, sentimos curiosidad por descubrir adónde conducía el interminable pasillo o túnel.
Después de recorrer más de 50 metros, nos dimos cuenta de que ya no había más iluminación eléctrica más adelante. Decidimos seguir avanzando con las linternas encendidas, aunque para ser honestos, nos sentíamos un poco perturbados, ya que la sensación de claustrofobia, la humedad del ambiente y las sombras proyectadas por las linternas no contribuían a tranquilizarnos.
Me llamo Alberto Nogueira, soy periodista de profesión y me dedico a elaborar reportajes gastronómicos y enológicos para diversos diarios y revistas nacionales, sin dejar de lado temas de actualidad. El caso más inusual que me ha tocado atender en mi carrera está relacionado con la localidad manchega de Argamasilla de Alba en la provincia de Ciudad Real.
En 1994, juntos con dos compañeros con los que solía colaborar, decidimos realizar un reportaje sobre las bodegas abandonadas que se encontraban en varios pueblos de La Mancha. Visitamos muchas de estas, sobre todo en Valdepeñas y Tomelloso, hasta que un pariente, de uno de mis compañeros, nos habló sobre una que se encontraba debajo de una de sus propiedades en Argamasilla de Alba, la cual, utilizaba para temporadas vacacionales. Nos mencionó la peculiaridad de que se escuchaban ruidos extraños en ella. Incluso nos contó que Fernando Jiménez del Oso, un psiquiatra y periodista español, especializado en temas de misterio y parapsicología, había estado allí con su equipo realizando diferentes pruebas extrasensoriales, como sesiones de psicofonía, en las cuales se distinguían claramente voces de personas en las grabaciones.
Aquello atrajo nuestra atención, por lo que pensamos que no perdíamos nada por echar un vistazo.
Al entrar, nos encontramos con un pasillo que conducía a diferentes salas donde se almacenaban botellas, depósitos, cubas de vino y otros objetos típicos de la bodega, cubiertos de telarañas. Aquel lugar era inmenso, después de explorar cerca de diez espacios y comprobar que llevaban años abandonados, sentimos curiosidad por descubrir adónde conducía el interminable pasillo o túnel.
Después de recorrer más de 50 metros, nos dimos cuenta de que la iluminación eléctrica terminaba a partir de ese punto. Decidimos seguir avanzando con las linternas encendidas, aunque para ser honestos, nos sentíamos un poco perturbados, ya que la sensación de claustrofobia, la humedad del ambiente y las sombras proyectadas por las linternas no contribuían a tranquilizarnos.
A ambos lados del pasillo seguían apareciendo habitaciones que, tras alumbrarlas, las mirábamos rápidamente sin entrar en ellas, ya que se veía claramente que estaban abandonadas.
Unos 100 metros más adelante notamos que de una de ellas salía una luz tenue, a la vez que escuchábamos murmullos como si hubiera personas dentro. Aquello nos alarmó, apagamos las linternas y avanzamos con mucho sigilo hasta llegar a la misma.
Al entrar, lo que presenciamos nos dejó totalmente desconcertados, algo muy difícil de explicar.
Al final del pasillo se divisaba una abertura del tamaño de una puerta, como si estuviera suspendida en la pared, con un vórtice de color azul verdoso que parecía devorarse a sí mismo mientras se replicaba. Tras ella se extendía un pasillo largo, iluminado por una suave luz azulada, donde se podían observar personas de diversas edades, incluyendo algunos niños. Todos tenían un aspecto similar, con la piel muy clara, casi blanquecina, ojos prominentes que parecían sobresalir de las órbitas, de estatura baja y vestidos con túnicas de tonos claros. Los niños corrían y jugaban, algunos caminaban y otros se detenían alrededor de algún objeto que no pude identificar. Temerosos de ser descubiertos apagamos las linternas.
En ningún momento mostraron señales de notar nuestra presencia, como si no nos hubieran visto. Pocos segundos después, uno de ellos, aparentemente, de edad muy avanzada y que estaba en el grupo más cercano, se aproximó a la abertura y nos miró con serenidad, esbozando una leve sonrisa. Sin decir una palabra, se dio la vuelta y la abertura desapareció de inmediato, sumiéndonos en la oscuridad absoluta. Al encender nuestras linternas y dirigirlas hacia donde estaba la abertura, solo vimos una pared cubierta de telarañas.
Salimos de allí inmediatamente y en el exterior le pregunté a mis dos compañeros:
¿Vosotros habéis visto lo mismo que yo?
Después de responder afirmativamente, comentamos cada uno lo que habíamos presenciado, coincidiendo completamente en nuestras apreciaciones. Aquello nos dejó completamente perplejos. En esos momentos, los tres experimentamos el mismo estado de ánimo; en lugar de sentir miedo, fluía en nuestro interior una tranquilidad similar al famoso «punto de quietud» de la meditación ZEN, que se caracteriza por una calma profunda, una plena quietud y un silencio perfecto. Eso es precisamente lo que sentíamos nosotros.
Me considero una persona muy pragmática, a veces demasiado, y he reflexionado en numerosas ocasiones sobre aquel suceso, sin descartar la posibilidad de que hubiéramos experimentado una especie de alucinación, a pesar de que estas suelen ser individuales y rara vez colectivas. Lo cierto es que iba resultar muy difícil de explicar.
Al regresar a Madrid, reflexionamos sobre si debíamos mencionar lo que habíamos presenciado, acordando los tres no hacer referencia a ello en el reportaje que estábamos preparando, puesto que temíamos que pudiera afectar nuestra reputación profesional.
Meses más tarde, durante mis vacaciones de verano, decidí regresar solo a la bodega con la esperanza de que pudiera repetirse la visión de aquellos seres. Aparte de un saco de dormir, linternas y una grabadora, llevé también un cesto lleno de fruta variada y latas de conservas.
Después de recorrer de nuevo toda la cueva, incluyendo la habitación donde vimos esa especie de puerta astral, no vi nada más que los mismos objetos llenos de polvo y telarañas, lo que me desanimó un poco y aumentó la idea de haber sufrido alguna alucinación. A pesar de eso, decidí pasar la noche dentro de la cueva, en un área cercana a la entrada, ya que estaba algo más limpia y tenía luz eléctrica. Dejé la grabadora encendida, extendí mi saco de dormir y me acosté, sumergiéndome rápidamente en un sopor que, a pesar de mis esfuerzos por mantenerme despierto, terminó por vencerme, sumiéndome en un profundo sueño en medio de una tranquilidad mental inusual.
Recuerdo haber soñado que esas entidades venían a buscarme, invitándome a cruzar el umbral, experimentando en mi cuerpo una extraña sensación de hormigueo, junto con una ligereza que se asemejaba a la sensación de caminar sobre las nubes. Ellos se comunicaban entre sí y conmigo sin utilizar los canales sensoriales humanos conocidos, más bien parecía ser algo mental o telepático.
Al despertar horas más tarde, la fruta había desaparecido del cesto, pero las conservas seguían allí. Al revisar la grabadora, solo había grabada una palabra con un eco lejano: — Gracias. —
Todavía conservo esa cinta, la he reproducido cientos de veces intentando descubrir si había algo más, pero siempre ha sido en vano.
Lo que me comunicaron se queda conmigo, no tiene sentido repetirlo, ya que estoy seguro de que no fue más que un sueño.