Vigilancia en el cementerio

— Es desesperante— dijo él.

—No te asomes más, se van a dar cuenta— advirtió Linda, mientras observaban con atención el panteón donde acababan de entrar tres hombres, mientras un cuarto se quedaba en la entrada en actitud vigilante.

—Joder, llevan más de una hora, ¿qué estarán haciendo? Vaya mierda de impermeables que nos han dado, estoy calado hasta los huesos— dijo Emilio a su compañera, ocultos entre las sombras del cementerio.

—Tranquilo, Emilio. No podemos perderlos de vista. Son los únicos que saben dónde está la droga. Tenemos que ser pacientes— le respondió Linda, intentando calmarlo.

Los dos pertenecían a la Unidad Especial Operativa de la Guardia Civil, y estaban incursos en la investigación de unos narcotraficantes conocidos como la banda del Pancetas, que -según habían sabido por una confidencia- habían escondido un importante alijo de droga perteneciente al cartel de Puebla, con el que colaboraban habitualmente.

Tras el control operativo pertinente, comprobaron que estos delincuentes fueron varias veces al cementerio. Decidieron entonces establecer una vigilancia permanente, desde un punto de observación camuflado en su interior, para ubicar el sitio concreto.

—¿Y si nos acercamos un poco más? Quizá podamos oír lo que dicen— sugirió impaciente Emilio.

—¿Estás loco? Si nos ven, se acabó todo. Además, ¿qué quieres oír? Seguro que están hablando de sus cosas, de lo que van a hacer con el dinero, de lo listos que son… Nada que nos interese. Lo que nos interesa es la mercancía— le replicó Linda, tajante.

Tres horas después salieron del cementerio y se marcharon. Poco después, un equipo operativo de las fuerzas policiales se adentró en el camposanto a escudriñar el panteón. Vieron entonces que habían separado las lápidas de varias sepulturas y limpiado su interior de los restos humanos que contenían.

—¿Qué coño han hecho aquí? Esto es una profanación. Han vaciado las tumbas como si fueran cajas de zapatos— exclamó horrorizado uno de los agentes.

—Buscad bien, tiene que haber algo. No habrán hecho esto por diversión— les ordenó el jefe, revisando cada rincón.

—¡Aquí hay algo! ¡Venid, rápido! — gritó un tercero, señalando una losa que parecía haber sido removida recientemente. Los agentes se acercaron y la levantaron con cuidado, descubriendo un hueco con multitud de paquetes envueltos en plástico.

—¡Bingo! Esto es lo que buscábamos. ¡Más de mil kilos de cocaína pura! — anunció triunfante el agente.

—¡Buen trabajo, chicos! Ahora solo falta atrapar a los cabrones que han hecho esto— dijo el jefe del equipo mientras llamaba por radio para informar del hallazgo.

Emilio, que, como buen gallego, era propenso a las supersticiones, no podía evitar sentirse inquieto ante las luces que parecían danzar entre las tumbas, el murmullo de las gotas de lluvia al rebotar contra las lápidas y las luces pálidas de los fuegos fatuos que añadían una capa de misterio y creaban un ambiente inquietante.

—Estás más tenso que una cuerda de guitarra. ¿Qué pasa? —  le espetó Linda a su colega.

—No me gusta este sitio. Me da mal rollo. Parece que los muertos nos están mirando— confesó Emilio, nervioso.

—Venga, no seas gallina. Son solo piedras y huesos. No pueden hacerte nada— le dijo Linda, burlona.

—Ya, ya. Pero no me fío. ¿Y si hay algún fantasma? ¿O alguna maldición? — insistió Emilio, temeroso.

—¿Un fantasma? ¿Una maldición? ¿Qué te has fumado, Emilio? Esto no es una película de terror. Es una operación policial. Deja de decir tonterías y concéntrate en lo nuestro— le reprendió Linda.

Emilio le pasó los prismáticos señalándole un lugar concreto con el dedo y, con palabras apenas audibles, fuera de sí y muerto de miedo, murmuró a su joven compañera:

—Un espíritu ha salido de una sepultura.

Linda observó saliendo de un nicho a un hombre que, al ser negro, resultaba casi imperceptible en aquella tétrica atmósfera. Al centrar su atención creyó ver que movía los brazos estirándose antes de aliviarse contra la tapia del cementerio. Después abrió un pequeño nicho de los que se utilizan para meter las cenizas de los incinerados, sacó lo que parecía un trozo de carne y se lo comió con fruición.

—¿Qué es lo que…? ¡Dios mío! ¿Ese hombre está comiendo algo sacado de un nicho funerario?

—Pues sí, parece un trozo de carne. ¿Pero esto qué es? No tiene sentido, estamos alucinando.

—¿Se está comiendo un trozo de cadáver? — le preguntó Emilio estupefacto.

—No puede ser. Tiene que haber una explicación. Quizá sea un vagabundo que se ha refugiado aquí y ha encontrado algo de comida en algún sitio— trató de razonar Linda, sin dar crédito a lo que veía.

—¿Comida? ¿En un cementerio? ¿De dónde ha sacado eso? ¿De un ataúd? — cuestionó con asco Emilio.

—No lo sé, Emilio. No lo sé. Pero, sea lo que sea, no podemos hacer nada. No es nuestro objetivo. Tenemos que seguir vigilando a los narcos. Ellos son los que nos importan— le recordó Linda tratando de mantener la calma.

La decisión de no intervenir resultó acertada cuando, al amanecer, el hombre salió nuevamente del nicho y abandonó el cementerio en dirección al pueblo. Los equipos de vigilancia confirmaron que se trataba de un mendigo cualquiera que buscaba refugio en aquel lugar sombrío y que lo que se había llevado a la boca eran restos de un pollo asado.

—¿Ves? Te lo dije. No era ningún espíritu ni ningún caníbal. Era solo un pobre hombre hambriento que se había hecho con un bocado— le dijo Linda a Emilio.

—Sí, sí. Ya lo veo. Pero no me negarás que ha sido una noche de miedo. Nunca olvidaré lo que he visto aquí— le contestó Emilio, impresionado todavía.

Una vez localizado el escondite, los guardias civiles reajustaron su estrategia. Vigilaron las carreteras de entrada al cementerio y, en una semana, consiguieron detener a los narcos que fueron a recoger la droga.

— ¡Lo hemos conseguido! ¡Hemos desmantelado a la banda del Pancetas! ¡Somos unos cracks! — exclamó Emilio, eufórico.

— ¡Sí, lo hemos hecho! ¡Ha sido un trabajo duro, pero contigo no vuelvo a realizar una vigilancia en un cementerio! Vaya noche que me has dado.

Los dos terminaron riéndose y felicitándose por el éxito de la investigación.

Deja un comentario