Me gusta o no me gusta

—A ver, explícame algo… ¿Por qué tanto rollo con el vino? ¿No basta con decir «me gusta» o «no me gusta»?

—Es un buen comienzo, claro. Pero decir solo eso es como mirar un cuadro y decidir en un segundo si te gusta o no, sin detenerte a ver los trazos, la composición, la historia detrás. Es vivir en la superficie.

—¿Y qué tiene de malo? ¿Para qué tanto análisis?

—Porque cuando vives solo en la superficie, te estás perdiendo el fondo, la esencia. Es como si te quedaras en la portada de un libro sin abrirlo nunca.

—Pero al final es solo vino.

—¿Únicamente vino? No. Es historia, es geografía, es cultura, es ciencia, es pasión. Cada copa tiene siglos de conocimiento detrás, desde cómo se cultivan las uvas hasta cómo se transforma en algo que puede emocionarte.

—Pues a mí no me emociona. Vaya rollo.

—Porque solo lo ves como una bebida más. Y te entiendo. Estamos en una época en la que nos han acostumbrado a lo inmediato. A lo simple. Nos dan las cosas ya masticadas, listas para consumir sin esfuerzo.

—¿Y qué tiene de malo?

—Que nos están volviendo zombis.

—¿Zombis?

—Sí, zombis. Todo el puto día pegados a una pantalla, desplazando el dedo arriba y abajo, consumiendo basura sin parar. Nos bombardean con información sin valor, nos llenan la cabeza de ruido, y al final, ¿qué nos queda? Nada. Solo la inercia de seguir mirando, de seguir desplazando el dedo.

—No creo que sea tan grave.

—Claro que lo es. Estamos perdiendo la capacidad de concentrarnos, de disfrutar con profundidad. Lo queremos todo rápido, sin esfuerzo. Si algo no nos engancha en cinco segundos, pasamos a otra cosa. Y así con todo.

—¿Y qué tiene que ver eso con el vino?

—Que el vino, como todo lo realmente valioso, requiere atención. Es un viaje. No es una Coca-Cola que sabe igual en cualquier parte del mundo. No es un producto de consumo inmediato. Es algo que, si lo dejas, te cuenta cosas. Pero para eso, tienes que estar dispuesto a escuchar.

—¿Escuchar qué?

—A la tierra, al clima, a la historia de quien lo hizo. No es lo mismo un vino de una vid joven que uno de cepas centenarias. No es lo mismo un vino criado en barrica que uno fermentado en ánfora. Todo influye, deja una huella en lo que tienes en la copa.

—Sigo pensando que es demasiado esfuerzo.

—No es esfuerzo. Es aprender a mirar. O a sentir. Es decidir ser un caminante en lugar de un zombi.

—Otra vez con lo de caminante y zombi…

—Sí. Porque hay dos formas de estar en el mundo. Puedes moverte como un zombi, consumiendo sin pensar, dejando que las pantallas decidan qué ves, qué escuchas, qué te interesa. O puedes ser un caminante.

—¿Y qué es un caminante según tú?

—Alguien que elige su propio camino. Que no se quede con lo que le ponen delante, sino que busca más allá. Que profundiza en lo que le gusta y no se conforma con lo superficial.

—Eso suena agotador.

—¿Agotador? No. ¿Sabes qué es agotador? Pasar horas viendo vídeos cortos que no te aportan nada y darte cuenta de que no recuerdas ni la mitad de lo que viste. Eso es agotador. Eso es vivir con la sensación de que el tiempo se te escurre entre los dedos sin haber hecho nada realmente significativo.

—Bueno, pero tampoco es que entender de vinos te haga más sabio.

—No se trata solo del vino. Se trata de todo. De cualquier cosa que te apasione. Sea vino, literatura, cine, arte, astronomía… da igual. Si algo te gusta, profundiza. No te quedes en la superficie.

—¿Y qué gano con eso?

—Vivir de verdad. No ir por la vida en automático. No dejes que te programen para consumir sin pensar.

—¿Y si simplemente me gusta disfrutar sin complicarme?

—Está bien disfrutar, pero dime algo: ¿de verdad disfrutas o solo consumes?

—¿Cuál es la diferencia?

—La diferencia es que cuando disfrutas algo de verdad, te deja huella. Lo recuerdas. Te cambia, aunque sea un poco. Pero si solo consumes sin pensar, creas memoria de pez. En tres segundos justos se te ha olvidado y necesitas otra dosis de entretenimiento vacío para llenar el hueco.

—No sé… suena un poco extremo.

—Solo porque nunca lo has probado. Mira, haz un experimento. La próxima vez que bebas vino, no lo hagas por beber. No lo hagas mientras miras el móvil o con la tele de fondo. Únicamente bébelo. Prueba a olerlo, a sentir cómo evoluciona en la boca. Piensa en lo que estás probando.

—¿Y eso me convertirá en un iluminado del vino?

—No. Pero te dará un atisbo de lo que te estás perdiendo.

—Vale, lo intentaré.

—Y cuando lo hagas, te harás la gran pregunta.

—¿Cuál?

—Cuántas otras cosas me he estado perdiendo por no prestar atención

Deja un comentario