Ya sé que el 95% de los que le den click a este artículo no acabarán de leerlo. ¿Razón? Tiene más de tres líneas.
Si has llegado hasta aquí, enhorabuena: perteneces a una especie en extinción. Eres de los pocos mamíferos que todavía pueden leer más de 280 caracteres sin que les dé un ataque de ansiedad. Deberían estudiarte en un laboratorio, junto a los pandas y los rinocerontes blancos.
Leyendo el artículo «Pensar se está convirtiendo en un lujo» escrito por Mary Harrington, una periodista radicada en el Reino Unido, me ha dado por pensar.
Ya sé que suena raro, incluso anacrónico, pensarán algunos. Si hoy día solo tienes que decir al ChatGPT: «Hazme una tesis doctoral sobre el sexo de los ángeles» y te lo hace… para qué te vas a calentar la cabeza.
Resulta que pensar se ha convertido en el nuevo lujo. Como las bolsas de Hermès o los viajes a la Antártida. Antes, los ricos se distinguían por tener caballos mientras los pobres caminaban. Ahora, los ricos envían a sus hijos a escuelas Waldorf donde les prohíben las pantallas (34.000 dólares al año para que tu hijo juegue con palos y piedras, qué tiempos), mientras los pobres se quedan pegados a TikTok como moscas al papel matamoscas digital.
Bill Gates y los ejecutivos de Silicon Valley limitan el tiempo de pantalla de sus hijos. Contratan niñeras con contratos «no-teléfono». Mientras tanto, venden al resto del mundo la droga digital que sus propios hijos no pueden tocar. Es como si los narcos del cártel de Medellín hubieran enviado a sus hijos a internados suizos con política de «cero coca». Brillante estrategia empresarial, hay que reconocerlo.
Los datos son fascinantes (si es que todavía puedes concentrarte lo suficiente para procesarlos): las puntuaciones de alfabetización están cayendo en picado en los países desarrollados. Los niños pobres pasan dos horas más al día frente a las pantallas que los ricos. Los profesores universitarios ya no asignan libros completos porque sus alumnos son incapaces de terminarlos. La mitad de los estadounidenses no leyó ni un solo libro en 2023.
¿Recuerdas cuando la gente decía «me gusta» o «no me gusta» después de reflexionar unos segundos? Ahora deslizamos el dedo en 0.3 segundos: Desliza. Siguiente. Desliza. Siguiente… Como zombis hambrientos de dopamina barata.
La metáfora del vino (o por qué todo sabe a Coca-Cola) siempre me ha parecido genial. Cuando hablamos del vino, esa bebida pretenciosa que requiere más de cinco segundos de atención. «¿Por qué tanto rollo?», es la respuesta más extendida. «¿No basta con decir ‘me gusta’ o ‘no me gusta’?».
Pues no, querido zombi digital. Porque cuando reduces todo a un like instantáneo, te pierdes la historia, la geografía, la ciencia, la pasión. Es como quedarte en la portada de un libro sin abrirlo nunca. Pero claro, ¿quién abre libros hoy en día?
El vino es solo un ejemplo. Podría ser literatura, arte, o cualquier cosa que requiera más de un video de 30 segundos para entender. Pero hemos decidido colectivamente que el esfuerzo mental es muy siglo XX. Muy boomer (persona mayor con actitudes consideradas anticuadas, o poco hábil con la tecnología). Muy agotador.
Me viene a la mente el libro de Francisco Pimentel «Zombis, Turistas y Caminantes», donde describe tres formas de existir en nuestra sociedad hiperconectada. Pimentel argumenta que la mayoría navegamos entre estas tres categorías, aunque cada vez más nos deslizamos hacia la primera:
El Zombi se mueve en automático, consumiendo sin pensar. Las pantallas deciden qué ve, qué escucha, qué le interesa. Su memoria dura lo que un story de Instagram. Necesita una dosis constante de entretenimiento vacío para llenar el hueco existencial. No cuestiona, no profundiza, solo consume y pasa al siguiente estímulo. Es el producto perfecto del capitalismo de la atención.
El Turista es un poco más sofisticado. Hace incursiones ocasionales en el mundo del pensamiento profundo, pero siempre con billete de vuelta. Lee resúmenes de libros en lugar de los libros completos. Ve documentales de 20 minutos sobre temas complejos y cree que ya los domina. Colecciona experiencias culturales como selfies: rápidas, superficiales, instagrameables. Es consciente de que hay algo más, pero el esfuerzo de ser un caminante le parece excesivo.
El Caminante es el que elige su propio camino. Profundiza. Lee libros enteros (¡qué locura!). Puede mantener una conversación de más de cinco minutos sin revisar el móvil. No le importa perderse el último meme viral porque está ocupado entendiendo cómo funciona realmente el mundo. Es básicamente un unicornio en 2025.
¿Qué nos espera? Un mundo estratificado donde una pequeña élite conservará la capacidad de concentración y razonamiento prolongado (probablemente cobrando fortunas como «consultores de pensamiento profundo»), mientras el resto de la población será efectivamente post-alfabeta.
Un electorado que ha perdido la capacidad de pensar será más tribal, menos racional, movido por «vibraciones» más que por argumentos. Si esto te suena familiar, es porque ya estamos ahí. Los oligarcas astutos ya están frotándose las manos: una población que no puede seguir una argumentación compleja es mucho más fácil de manipular.
Las encuestas muestran que la Generación Z tiene cada vez menos fe en la democracia. Normal: es difícil creer en un sistema que requiere ciudadanos informados cuando tu capacidad de atención es menor que la de un pez dorado.
Lo más irónico de todo esto es que probablemente estés leyendo este artículo en tu teléfono, entre notificación y notificación, mientras tu cerebro grita pidiendo su dosis de scroll infinito.
Si has llegado hasta aquí, te mereces un premio. O mejor dicho, te mereces lo que todos merecíamos y estamos perdiendo: la capacidad de pensar con calma, de disfrutar con profundidad, de no ser un maldito zombi digital.
Haz un experimento: la próxima vez que hagas algo —lo que sea: beber vino, leer un libro, mantener una conversación— hazlo sin mirar el móvil. Solo hazlo. Presta atención.
Y luego hazte la gran pregunta: ¿cuántas otras cosas me he estado perdiendo por no prestar atención?
Pero tranquilo, si no has llegado hasta aquí, no pasa nada. Seguro que hay un vídeo de 30 segundos que explica todo esto mucho mejor. Con música pegadiza y todo.