Adivina de qué cuento se trata

Ejercicio n.º 21: ¿Recuerdan los cuentos infantiles clásicos? Solían decirnos… “y vivieron felices para siempre”. Pues bien, el ejercicio será escribir una historia y comenzar en el final de uno de estos cuentos, continuando esta historia para proponer qué hubiera pasado si hubiera continuado. En nuestro cuento no deberíamos aclarar de qué cuento se trata y además cambiaremos los nombres de los personajes para no revelar tan pronto de qué historia vienen. Tampoco expliquemos información que forma parte del cuento original, sino que la tratamos como si ya la hubiéramos dicho. Por ejemplo, si usamos la historia de Blancanieves, nuestra protagonista no querrá comer manzanas nunca más, pues le tiene terror a las manzanas. Pero no aclararemos que es porque una vez se comió una manzana envenenada.

TÍTULO: Adivina de qué cuento se trata

Mario se encontraba en el patio reservado a los presidiarios menores de edad cuando recibió la noticia de que un indulto general, decretado por las autoridades para celebrar la llegada al poder del nuevo Rey, le había otorgado la libertad que tanto anhelaba.

Salió de la prisión con el corazón rebosante de esperanza. Su pasado turbulento, plagado de errores y malas decisiones, era solo un capítulo cerrado de su vida. Ahora, estaba decidido a ganarse la vida honradamente, a construir un futuro mejor para sí mismo.

Sin embargo, la dura realidad pronto lo golpeó con crudeza. El mundo que encontró al salir de la cárcel era un lugar desolado, marcado por las cicatrices de las guerras civiles y las luchas fratricidas. La pobreza y el hambre se extendían como una plaga por el reino, y la corrupción impregnaba cada estrato de la sociedad.

Mario, con su ingenuidad intacta, al principio intentó trabajar duro para ganarse el pan de cada día. Se empleó en diversos oficios, pero pronto se dio cuenta de que la honradez no era suficiente para sobrevivir en ese mundo despiadado. Los que prosperaban eran aquellos que no dudaban en sobornar, engañar y robar para obtener lo que querían.

En las noches, recordaba las palabras de su padre: “Hijo mío, la vida no es fácil, pero siempre hay que elegir el camino correcto, aunque sea el más difícil”. Su padre, un hombre honesto que había luchado por la justicia en un mundo injusto, era su mayor fuente de inspiración.

A pasear de todos sus esfuerzos, Mario, en su lucha por la supervivencia, se vio arrastrado a los bajos fondos de la ciudad. Allí, en un callejón oscuro y humeante, conoció a dos individuos de mirada turbia y sonrisa macabra: Bruno y El Tuerto, dos asesinos que se ganaban la vida con el crimen y la violencia y que no dudaron en utilizar al niño para cometer sus tropelías.

Desesperado por encontrar una salida a su miseria, Mario se unió a ellos. Juntos, llevaron a cabo una serie de delitos que lo sumergieron cada vez más en el abismo de la oscuridad. Robos a mano armada, asaltos a carruajes, asesinatos por encargo… Mario se convirtió en un eslabón más de la cadena de corrupción que plagaba el reino.

Un día, sus compañeros, Bruno y El Tuerto, decidieron ahorcarlo por miedo a que los delatara, tras un atraco fallido. La soga áspera rozó su cuello mientras lo elevaban del suelo. Los espasmos recorrían su cuerpo, sofocando su respiración. La oscuridad lo envolvía todo. Sus compañeros de fechorías, tras comprobar que la muerte había hecho su trabajo, se marcharon, dándolo por muerto.

Sin embargo, un pequeño espacio entre la cuerda y su cuello le permitió un mínimo flujo de aire. Con un último esfuerzo, Mario realizó un movimiento brusco, rompiendo la rama que sujetaba la soga. La libertad, amarga e inesperada, volvió a sus manos.

Magullado y exhausto, se alejó del lugar del ahorcamiento. La experiencia lo había marcado profundamente. Se había visto al borde del abismo, rozando la muerte con la punta de los dedos. La traición de sus compañeros, la brutalidad del mundo que lo rodeaba, lo habían llenado de rencor y desolación.

La experiencia del ahorcamiento fue un punto de inflexión en la vida de Mario, decidiendo dejar atrás su pasado turbulento y embarcarse en un nuevo viaje, con la esperanza de encontrar un futuro mejor en la legendaria Isla Grande.

La Isla Grande era un lugar próspero, famoso por sus oportunidades y por la amabilidad de su gente. Atraídos por la promesa de una vida nueva, miles de emigrantes llegaban a sus costas cada año. Sin embargo, Mario pronto descubrió que el progreso no estaba exento de vicios. La corrupción, la codicia y la violencia también habían encontrado su lugar en la isla.

Al llegar, se enteró de una terrible noticia: su padre, que había emigrado años atrás, había sido secuestrado por una banda de ladrones que operaba en las montañas. El dolor y la impotencia se apoderaron de Mario, pero este no se rindió, decidiendo rescatar a su padre por encima de todo.

Finalmente, logró liberar a su padre y comenzó, junto a él, una nueva vida, llena de paz y de ilusión. Se convirtió en un hombre honesto y trabajador, un ejemplo para los demás y un símbolo de la esperanza que siempre renace, incluso en los lugares más oscuros.

La transformación de aquel niño no solo fue un símbolo de su cambio moral, sino también una representación física de su crecimiento interno. Su cabello castaño y ojos azules reflejaban su nueva naturaleza, pura e inocente. Su alegría, comparable a la de un corderito de primavera, simbolizaba la felicidad que había encontrado al seguir el camino correcto.

En este punto reside el mayor mensaje y moraleja de la historia: no basta con tomar buenas decisiones y evitar las tentaciones. La verdadera bondad reside en cuidar a las personas que nos rodean y nos quieren. Mario, a lo largo de su viaje, aprendió a valorar el amor y la amistad, y este aprendizaje es lo que finalmente lo convirtió en un ser humano completo.

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