
Este enclave marinero se sitúa a 3,5 km de Palafrugell, del que en su origen no era más que un barrio de pescadores, con sus casitas agrupadas frente al mar y protegidas desde una loma por la blanca iglesia de Sant Pere. Desde varios miradores anclados en la costa se contempla la sucesión de calas separadas por suaves elevaciones rocosas que penetran en el mar: El Golfet, Els Canyers, Port Pelegrí, La Platgeta, Calau, Port Bo, Malaespina y Canadell, siempre con los islotes de las Formigues en el horizonte.
Al sur, la prominencia del Cap Roig limita el pueblo, coronada por un castillo de aspecto medieval que, en realidad, fue erigido a inicios del siglo XX, cuando un matrimonio ruso se instaló aquí huyendo de la revolución de 1917. Junto a la cala de Port Bo, donde se siguen resguardando las barcas de los pescadores, arrancan Les Voltes, un resguardo en invierno y en verano transitados por visitantes y pintores que colocan allí sus caballetes. «El mar visto a través de una arcada… ¿Existe algo más prodigiosamente bello?», escribía Josep Pla, nacido en 1897 a escasos kilómetros y asiduo de estas playas.
Para leer más: