Perfeccionista u optimalista

La diferencia fundamental entre el perfeccionista y el optimalista es que el primero, en esencia, rechaza la realidad, mientras que el segundo la acepta.

El perfeccionista quiere que su camino hasta la meta que se ha fijado -y, en realidad, todo su camino por la vida- sea directo, sin tropiezos, libre de obstáculos. Cuando esto no es así -lo que sucederá inevitablemente- se sentirá frustrado y le será muy difícil manejar la situación.

Pero mientras que el perfeccionista rechaza toda posibilidad de error o fracaso, el optimalista lo acepta como una parte natural de la vida, como una experiencia inextricablemente unida al éxito. Comprende que no lograr el trabajo que deseaba o reñir alguna vez con su pareja son parte integrante de una vida plena y rica en experiencias; asume estas experiencias como oportunidades de aprender y surge de ellas más fuerte y más capacitado para resistir los embates. Recuerdo que fui infeliz en mis años de universidad, en gran medida por mi rechazo a aceptar el fracaso como una parte necesaria de mi aprendizaje… y de la vida.

El perfeccionista rehúye la realidad y la reemplaza por su mundo de fantasía: un mundo en el que el fracaso no  tiene lugar, ni tampoco las emociones negativas, un  mundo  en  el que él podrá alcanzar sus propias  cotas de  éxito  sin fijarse en lo poco realistas que pueden llegar a ser. En contraste, el optimalista está dispuesto a aceptar la realidad; acepta que el mundo real contiene inevitables dosis de fracaso y malestar, y que el éxito hay que medirlo por lo que realmente es posible obtener.

El perfeccionista paga un  precio  excepcionalmente  alto por su negación de la realidad. Su rechazo al  fracaso  le produce ansiedad ante esa amenaza, siempre presente, y su rechazo a toda emoción negativa suele generar,  por  el contrario, una intensificación de las emociones que intenta suprimir, lo que le genera una tensión  aún mayor. Su empeño en ignorar las limitaciones del mundo real le lleva a imponerse metas y resultados irrazonables e imposibles de lograr y, como al final no podrá alcanzarlos, se  siente  constantemente acosado por sentimientos de frustración e inadaptación.

En cambio, el optimalista obtiene grandes beneficios emocionales de su visión de la vida y es capaz de tener una vida plena y rica en experiencias,  simplemente  porque  acepta la realidad tal cual es. Dado que piensa que el fracaso es algo que sucede naturalmente -lo que  no  quiere  decir,  por supuesto, que le agrade fracasar-siente menos ansiedad  ante las situaciones problemáticas y disfruta más de lo que hace. Como acepta las emociones negativas como una  parte inevitable de la vida, no trata de  reprimirlas, con lo que  estas  no se le presentan recrudecidas y sale de ellas armado de un nuevo aprendizaje. Al aceptar las limitaciones existentes en el mundo, se fija metas realistas que pueda alcanzar, con lo que puede saborear el triunfo muchas veces.

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