
La imponente caldera de Tejeda tiene unos 15 km de diámetro y se formó por hundimiento del terreno, en el que la erosión labró luego profundos barrancos. En ese telón de crestas desmanteladas sobresalen hoy dos monolitos de basalto que desafían la verticalidad y que constituyeron enclaves sagrados para los isleños. Se trata del Roque Nublo (1813 m) y el Roque Bentayga (1404), que se alzan al sur y al sudoeste de Tejeda respectivamente.
Encaramado a más de mil metros, Tejeda es un gran mirador a la tempestad petrificada que asombró a Unamuno. Pero, además, el pueblo respeta la arquitectura tradicional canaria y conserva todavía viviendas-cueva, como en los tiempos de antes de la conquista. Se puede visitar el Museo de las Tradiciones de Tejeda, que rinde homenaje a quienes vivieron en el lugar a lo largo de los siglos, en obligada simbiosis con la naturaleza.