
George Sand y su amante Frédéric Chopin llegaron a bordo del vapor El Mallorquín a Mallorca en noviembre de 1838. No viajaban para hacer de turismo, sino buscando un lugar saludable para la tuberculosis de Chopin. Se alojaron en la cartuja de Valldemossa y como era de esperar, no acabaron de encajar entre los habitantes, para nada acostumbrados a las prácticas «modernas» de la pareja. A partir de aquellas vivencias, George Sand escribió Un invierno en Mallorca, un libro en el que los lugareños salían peor parados que el paisaje; pero aquello se convirtió en un bestseller que atrajo a muchos otros viajeros románticos que querían ver con sus propios ojos lo descrito por la novelista francesa.
Tras pasar a manos privadas después de la Desamortización de Mendizábal, y gracias a la posterior labor de mecenazgo de la familia Sureda, por las habitaciones del complejo se pasearon artistas de la talla de Rubén Darío, Santiago Rusiñol o Jorge Luis Borges. Hoy no hay que preguntar demasiado para encontrar la Real Cartuja. Basta con seguir la torre rematada en azulejo verde que se eleva sobre los tejados como una indicación infalible. Destaca su claustro y el jardín de cipreses, además de la colección de antigüedades.