La vocación y el amor son muy parecidos, en ambos se siente una atracción. Consiste en que con el amor se siente atracción por una persona mientras que con la vocación se siente atracción por ejercer una actividad.
Muchas personas logran encontrar esa actividad de forma rápida por ejemplo durante su niñez y llegan a concretar esos sueños en la adultez. Otros individuos toman diferentes caminos hasta entender cuál es su rumbo profesional y personal. Las personas menos afortunadas son quienes no buscan su vocación y se dedican a ciertas actividades sin la pasión suficiente.
El psicólogo Abraham Maslow dice que «el destino más agradable, la mejor fortuna que puede tener un ser humano es que le paguen por hacer lo que más quiere hacer». No siempre es fácil descubrir cuál es el trabajo que puede proporcionarnos esa «buena fortuna» que ayuda a nuestra felicidad. Las investigaciones sobre la relación que tienen las personas con su trabajo pueden servirnos de ayuda.
La psicóloga Amy Wrzesniewski y sus colaboradores señalan que las personas experimentan el trabajo que hacen de una de estas tres maneras: como un oficio, como una carrera o como una vocación. Un oficio se percibe principalmente como una tarea, algo que se hace por dinero más que por auténtico interés personal. La persona va al trabajo cada mañana básicamente porque tiene que hacerlo, no precisamente porque lo desee de una manera especial, y su razón no es otra que la paga que recibirá a fin de mes, sin mayor expectativa que esperar que llegue cada viernes o la época de vacaciones.
Cuando el trabajo se percibe como una carrera, eso se debe principalmente a factores extrínsecos, como el dinero que proporciona esa ocupación y el progreso que reporta en términos de poder económico y prestigio social. La persona que ve así su trabajo está siempre esperando un ascenso, un escalón más en la jerarquía laboral: de profesor asociado a catedrático, de maestra a directora, de vicepresidente a presidente, de asistente del editor a editor jefe.
Pero para la persona que siente su trabajo como una vocación, lo que hace es en realidad un fin en sí mismo. Por supuesto, la paga no deja de ser importante, ni tampoco la posibilidad de un ascenso, pero la razón principal para su trabajo es que quiere hacerlo. Su motivación es intrínseca, y siente con ello una especie de realización personal. Para esta persona, sus metas son coherentes. Se apasiona por lo que hace y obtiene satisfacción personal de su trabajo: siente que para ella es, más que una obligación, un privilegio.
Da igual que al final consigas el trabajo que soñabas de niño o de adolescente. Aquí no tengo más remedio que apelar a mi propia experiencia personal. Cuando acabé el Curso de Orientación Universitaria (COU) en 1974, mi interés era ir a la Universidad, era el sueño de mi vida, sin embargo, la economía familiar no podía afrontar de ningún modo esa posibilidad. Al final seguí la tradición paterna cogiendo el mismo oficio que mi padre, de forma provisional mientras me pagaba mi carrera universitaria. Con el paso de los años, acabé la misma, no la que soñaba, pero aprendí a valorar y querer el trabajo que tenía y en él acabaré jubilándome. Desde mi punto de vista, el éxito consiste en encontrar un lugar en el cual uno se sienta satisfecho y lograr ser una persona que ama su profesión y que más allá de las dificultades con las que se encuentre en el camino, lucha por crecer y mejorar dentro de esa disciplina que eligió para que lo acompañe a uno por el resto de la vida.