
Empezando por su plaza Mayor, de planta trapezoidal, en la que se sintetiza lo mejor de la arquitectura tradicional de la región. En un frente, las casas de entramado de madera. En el otro, la majestuosa fachada de la excolegiata de Santa Ana (siglo XVI). Y en el tercero, el Palacio de los Condes de Miranda (siglo XVI), una de las mansiones renacentistas más notables a este lado del Duero que esconde en su interior un precioso patio porticado y unas salas coronadas por exuberantes artesonados. Y en el corazón de este ágora, un rollo medieval que ejerce de obelisco preside el espacio.
El instinto viajero fija la brújula en el castillo, pero de camino merece la pena buscar dos puertas de la antigua muralla que siguen en pie y la Botica, una farmacia del siglo XVIII cuyas reliquias y utensilios se exhiben a modo de museo. En lo alto, el castillo recompensa el esfuerzo de la subida con unas vistas del pueblo y el río con las que poner el broche de oro a la visita.