
Que todo un paisajista como el pintor Joaquín Sorolla se paseara por este pueblo certifica que Pollença tiene lo necesario para acabar perdidamente enamorado del lugar, aunque sea mientras se suben los 365 peldaños empinados y seguidos del Calvario, su monumento de referencia. Sirva de consuelo que más de un pintor lo subió cargado con caballete y que las vistas desde arriba forman un magnífico punto de fuga con toda la escalera y sus cipreses, y con las montañas detrás como telón de fondo. Hoy se puede acceder también en coche, pero entonces la experiencia pierde épica.
Por aquí también pasó Santiago Rusiñol, quien describió certeramente el pueblo en una frase: «Pollensa es una decoración para representar misterios o para servir a las procesiones de Semana Santa», se refería así a la concentración de arquitectura religiosa que reúne. Además del Calvario, hay numerosas iglesias y el Santuario del Puig de Maria, al que se llega tras 45 minutos de camino y desde el que contempla, espléndida, la Sierra de Tramuntana.