Decía Albert Einstein que solo existen dos cosas infinitas, el universo y la estupidez… y que no estaba seguro de que la primera lo fuera en su totalidad. Sin embargo, la «torpeza notable» (como define la Real Academia esta característica del ser humano) no ha sido nunca fácil de clasificar. Siempre le he tenido gran respeto a la estupidez. A la mía, especialmente. Me parece una gran fuente de sabiduría. No ha más que ver la serie de los Simpson.
Pero SER GILIPOLLAS un un fenómeno más contemporáneo y que va más allá de la estupidez, prueba de ello es que ha sido analizado desde ángulos filosóficos, históricos y sociales.
El gilipollas se caracteriza por su sentimiento de superioridad y su prepotencia. Estas dos características le crean un orgullo que lo utiliza como coraza ante el ridículo constante de su forma de ser y le impide darse cuenta de ello. Es decir, el gilipollas no sabe que es gilipollas. Y hay que reconocer, sin embargo, que ser gilipollas atrae la atención en determinados ámbitos, es condición sine qua non para triunfar.
Ser gilipollas está premiado socialmente. Es algo que llama la atención, a todo el mundo le causa interés saber por qué alguien es gilipollas cuando tantas personas lo señalan. Incluso esa atención en estos tiempos es algo que hasta puede monetizarse, que se lo pregunten a la mayoría de youtubers e influencers con miles de seguidores en las redes. Lo que me plantea una inquietud ¿Quién es más gilipollas, ellos o quienes le siguen?
Todos hemos sido gilipollas alguna vez en nuestra vida. Quien es su juventud no lo ha sido para ligar. Había que hacer lo más gilipollas posible, que es lo mismo que confiar en tus posibilidades ciegamente, porque entendías que es lo que atraía a las mujeres. Por ese motivo, a veces contra nuestra voluntad, se necesitaba ser gilipollas. Dios no lo pone fácil, es una cuestión de supervivencia y procreación.
En realidad, mas que gilipollas eras un capullo, porque sabías que lo estabas siendo y una vez desaparecida la necesidad dejabas de serlo. Si te arrepientes es una señal de que no lo tienes arraigado.
Esa es la gran diferencia: «el auténtico gilipollas no se da cuenta de que lo es».
El gilipollas hace todo lo que no nos atrevemos a hacer, esas barrabasadas que nos sentimos cohibidos a cometer, pero que en el fondo nos encantaría llevar a cabo. Hubo un ejemplo en el mundo de las series que es digno de estudio, el de Tony Soprano. El personaje de James Gandolfini, un mafioso implacable, empezó a generar simpatías. Los autores de la serie pasaron entonces a apretarle las tuercas, a hacerle cometer actos cada vez más crueles y amorales, pero no pudieron evitar que fuese carismático y se llegó a producir casi una persecución del ratón y el gato con los guionistas, que fracasaron en este empeño. Al final, era más la gente que en el fondo o en sus ensoñaciones quería ser como Tony, un sujeto prepotente que puede recurrir a la violencia y la intimidación para conseguir todo lo que le dé la gana, hasta lo más banal. Aunque su caso, más que de gilipollas, es el de un cabrón. Por eso era aún más preocupante que fascinase a tanta gente.
Gilipollas los hay en todas las esferas de la vida, pero donde más destacan es en la política, debido a que tienen tirar del populismo. Haberlos los hay a porrillos, pero por poner un claro ejemplo, tenemos a Silvio Berlusconi,. Si bien el político actual que no sea populista o recurra al populismo que tire la primera piedra, sí que es cierto que fue notable cómo Berlusconi introdujo el tono jactancioso y procaz en sus declaraciones, lo que le permitía contestar a cualquier pregunta tomando por el pito del sereno al periodista y echándose unas risas. Una actuación patética que, sin embargo, tuvo seguidores suficientes para imponerse electoral y mediáticamente. No faltan quienes creen que fue el modelo de Putin. Un líder que aquí se vende cómo espía frío y calculador, pero cuyas declaraciones en ruso para los rusos van en la línea de un Berlusconi pasado de vueltas.
Del psicópata narcisista que tenemos actualmente de presidente mejor no hablar…
En el mundo empresarial también proliferan como setas en el bosque, donde no es ninguna novedad que el poder y sobre todo los mandos medios estén estrechamente ligados a ser gilipollas por su afán de escalar en la cadena de mando.
Por último, en las redes encajan como un guante. Las redes permiten ser gilipollas a todos aquellos que no pueden, por decoro o por otros motivos, serlo en la vida real. Se tiende a expresar la opinión sin tener en cuenta la de los demás. Sintiéndonos «tremendamente superiores». Salen a flote los peores aspectos de nuestra naturaleza, la intolerancia, nuestros prejuicios y las quejas constantes.
Es un entorno apropiado para algo que ya existía de antes, se llama bar, pero ahora se ha extendido como un espacio que comparte toda la población.
Solo queda una pregunta ¿pasará esta terrible borrachera de bar de mala muerte o esto es el futuro?