
Hay lugares en los que todo pivota en torno a un monumento. Y eso es lo que le sucede, de algún modo, a Tarazona con su catedral. No hay rotonda en esta localidad que no anuncie este templo, así que las expectativas que genera son tan altas que podría amenazar con no complacerlas. Pero no es el caso ya que, cuando se llega a la Plaza de la Seo, la elegancia mudéjar del exterior de este edificio sorprende y embelesa. Es como si, de repente, el ladrillo se transformara en mármol por la lucidez y las filigranas de la torre. Dentro espera un amalgama de estilos, mucha luz y un claustro repleto de celosías.
Otra muestra de que este enclave a medio camino entre Navarra, Castilla y Aragón fue siempre un objeto de deseo comercial es la herencia sefardí. Su judería hoy conserva un trazado nervioso y ratonero, así como la constancia de la ubicación de una sinagoga importante. Pasear estas calles supone dar con otros monumentos históricos como las Casas Colgadas, unas mansiones edificadas en saledizo que resisten estoicamente el paso del tiempo y el empuje de la gravedad; la renacentista Plaza de España o el fastuoso Palacio Episcopal, evidencias del pasado relevante de esta localidad.