
No hay carreteras que bordeen la costa de La Gomera. Para ir de una localidad litoral a otra es preciso remontar un barranco rumbo al interior en la isla y, una vez en las alturas, descender hacia el mar por otro tajo entre las montañas. Cada barranco es diferente. Y el de Valle Gran Rey goza de unas condiciones excepcionales: soleado, al abrigo del viento y pródigo en manantiales de agua.
Valle Gran Rey no presenta un verdadero conjunto urbano, sino un paisaje de palmeras y peñascos, salpicado de bancales con huertos, caseríos o pequeños barrios. El idílico enclave atrajo hace ya medio siglo a un turismo hippie, que apreció la singularidad del valle y su aislamiento. En ese vergel donde desplazarse implica subir o bajar, la playa del Inglés devino un punto de encuentro entre cosmopolita y rastafari. Su negra arena, el profundo azul del mar y la espuma de las olas siguen deparando unos atardeceres inolvidables. El turismo rural ha tomado el relevo, con viajeros que simpatizan con la alimentación y el estilo de vida ecológicos.