No se alarmen con el titular, solo se trata de una reflexión sobre el uso actual que se hace de la fotografía y empiezo con mi conclusión: la vorágine tecnológica ha cambiado la forma de entender las imágenes y ha provocado que la fotografía, tal como la conocíamos, ha muerto.
Nunca se han hecho tantas fotos, se calcula que diariamente se suben a las redes sociales: WhatsApp, Instagram, Snapchat, Facebook, Twitter, etc., más de 5.000 millones de fotos y el doble de videos.
Son cifras espeluznantes, si dedicásemos un solo segundo a mirar estas imágenes, necesitaríamos 50 años para ver las que se suben en un sólo día.
Hacemos constantemente fotografías que nadie ve. Que levante la mano quien ha realizado imágenes con el teléfono móvil que ni siquiera te has molestado en verlas. Hay una verdadera compulsión por apretar el botón de disparo. Hacemos fotos de todo. Por poner un ejemplo, del restaurante donde vamos a comer, de la carta, de los platos que nos ponen y como no tenemos suficiente de estos ya vacíos, una vez que hemos dado cuenta de las viandas. Y hala, a publicarlas en nuestras redes sociales. No digamos cuando salimos de viaje. Que alguien me explique qué sentido tiene fotografiar el billete del medio de transporte que hemos elegido. Y como no, a publicarlas en nuestras redes sociales .Nos ahogamos en las imágenes.
Este magma digital paradójicamente es el que ha formado la sentencia de muerte de la fotografía.
El quid de la cuestión es que se confunde imágenes con fotografía. Por poner un símil, tengo un buen amigo y gran cocinero que dice que no es lo mismo cocinar que hacer de comer. Lo primero requiere dedicación, cariño, sentirlo, es como hacer una obra de arte. Lo segundo es satisfacer una necesidad básica y vale cualquier cosa, solo hay que mirar los multimillonarios beneficios de los restaurantes de comida basura.
Con la fotografía ha pasado lo mismo. la fotografía ha perdido sus valores fundamentales como anclaje histórico: la verdad, la memoria y el archivo.
¿Podemos llamar fotografía a la captura de una imagen con el teléfono móvil? Desde una perspectiva sociológica y cultural es distinto, también tecnológicamente es otra cosa. Ni es necesariamente verídico lo que refleja (para eso está el Photoshop), ni su función es el recuerdo y, lo más grave de todo, ha pasado a ser efímera.
Esto que hacemos ahora no es fotografía, es otra cosa. La fotografía digital ha pasado a ser algo totalmente diferente de aquello que inventó Daguerre en el siglo XIX y que nuestros abuelos reservaban para las grandes ocasiones. Usamos las fotos digitales no tanto para recordar como para comunicar algo, como un lenguaje más. Cuando hacemos una del grupo con el que estamos comiendo y se la enviamos al familiar ausente, lo importante no es el contenido, sino que éste permite conectar con un grupo en la distancia. Es decir, no reemplaza la función de las fotos de antes, sino que sustituye una llamada telefónica, un mensaje o una carta para decirle a alguien que te acuerdas de él.
Antes las fotos buscaban permanecer. Ahora son la expresión efímera de un instante cualquiera, ya sea el café que nos acabamos de pedir o el vestido del escaparate que no sabemos si comprar y que sometemos a votación en algún grupo de WhatsApp.
La fotografía digital ya no se traduce, como aquéllas que revelábamos en el siglo XX al final de cada verano, en un instante memorable. Lo digital no sólo ha cambiado la técnica, ha transformado la función. Las hacemos para todo y cada vez con menos vocación de permanencia ni preocupación estética.
Las fotos ya no sustituyen a la memoria, han pasado a ser un lenguaje cotidiano. Y como a las palabras, se las lleva el viento.
A medida que se multiplican descontroladamente las imágenes, va dejando de tener sentido almacenarlas ni siquiera digitalmente. Se comparten a fondo perdido. ¿Qué sentido tiene una memoria de imágenes inútiles que se acumula en forma de polución?
La hiperinflación fotográfica va disminuyendo inevitablemente el valor de cada imagen al tiempo. No es mejor ni peor, simplemente es otra cosa tan diferente que no tiene sentido conocerlo con el mismo nombre.
El otro cambio fundamental tiene que ver con la desaparición de su veracidad. Hacer fotos para retratar cómo es nuestra vida era la costumbre del siglo pasado. Ahora es mucho más frecuente utilizarla para reflejar cómo queremos que sea. «Más que para dar testimonio de que algo ha ocurrido, lo relevante es probar que uno estuvo allí». De hecho, en vez de autógrafos a los famosos ahora se les piden selfis. A la captura de imágenes ya no le preocupa la posteridad, sino el presente. No son recuerdos, sino mensajes.
Y esto te lleva a otra pregunta fundamental: ¿Qué papel le queda a la fotografía si se pierde su vocación artística?
Ahí lo dejo.
P.D. Por cierto, si has llegado hasta aquí, felicidades. No eres uno de los nueve de cada diez que solo lee los titulares de los periódicos o artículos. Otra nefasta consecuencia de la sociedad actual, hay tal volumen de información que ello nos incita a buscar lo breve, lo rápido, lo llamativo. Y es que la afición a la lectura se cultiva de forma similar al paladar; para apreciar un buen vino, tienes que haber catado unos cuantos antes.